¿Por qué los periodistas seguimos empeñados en desprestigiar nuestra profesión, confundir a nuestros clientes (sí, clientes) y convertir nuestro producto (el periodismo) en algo devaluado?
Es la pregunta que me hice nada más ver la portada de Diez Minutos y su tema principal, la entrevista imaginaria a la reina Letizia cuando aún era princesa.
Me ha recordado a esos escaparates tras los que hay la caja de algún producto caro con un cartel que, para evitar robos, avisa: ‘La caja está vacía’. Aquí parece que quieren decir lo mismo: «Lo de dentro es mentira, humo, pura inventiva. Eso sí, le hemos echado imaginación con ‘datos contrastados y testimonios fiables’. Y además hemos avisado».
La revista ha explicado así por qué ha tomado esta decisión: «En un ejercicio de osadía, nos hemos lanzado a entrevistar a la Princesa de manera figurada. Porque sabemos tanto de ella a través de terceros, medios de comunicación y testimonios directos que nos atrevemos a suponer lo que nos contestaría si tuviéramos un café (para ella té) y una grabadora delante», afirman en la web.
Hace muchos años me enseñaron, y yo intento transmitirlo a mis alumnos desde el primer día, que los periodistas prescinden de la imaginación a la hora de escribir. No se puede fabular.
«En periodismo no cabe la ficción si quiere seguir siendo periodismo. La literatura puede utilizar la realidad para construir un relato y la ficción para embellecer lo que quiera. Pero el periodismo no puede alterar o modificar la realidad con ficción, porque entonces se convierte en narrativa», afirmaba en un artículo la defensora del lector de El País.
Es cierto que las entrevistas fingidas no son algo nuevo en periodismo. Se han utilizado pero en otras épocas históricas y con otros objetivos. En su clásico ‘Manual de la entrevista periodística’, Juan Cantavella explica que esta práctica era habitual en los periódicos en épocas en las que «el número de noticias era muy reducido, el valor que se otorgaba a la información era menor o porque prevalecía la función formativa de los impresos». Es decir, hace ya varios siglos de eso.
Cantavella señala que la entrevista fingida ha evolucionado con el paso del tiempo y «en nuestros días ha continuado su vinculación con el humor». «Es cierto modo es como una caricatura no gráfica, sino en letra impresa», indica.
Pero lo que me parece más importante es que la diferencia claramente de la entrevista periodística: «De la misma manera que el caricaturista acentúa los rasgos más expresivos y peculiares de una cara, la entrevista fingida caricaturiza el personaje no con los trazos con los que dibuja un rostro, sino a través de las palabras que sería esperable que dijera en una entrevista periodística».
Evidentemente, no tiene nada que ver la entrevista fingida o no-entrevista que define Cantavella con la que plantea Diez Minutos. La revista no recrea las hipotéticas palabras de un personaje histórico ni quiere caricaturizar a la princesa. Solo se vale del género de la entrevista para ‘suponer’ lo que ‘podría’ haber respondido doña Letizia a sus preguntas. Pero ahí está el problema: en que ‘suponer’ y ‘podría’ no son buenos aliados para el periodismo.
Termino con una cita de Carlos Fuentes que da título a esta pequeña reflexión: «La verdad de la ficción es la imaginación. La imaginación del periodismo es la verdad«.
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