Cuando alguno de nosotros tenemos alguna mala noticia, nuestro cerebro evita que nos genere dolor y activa una serie de mecanismos de defensa para aceptarla, como la negación de lo ocurrido, culpar a otros o la búsqueda de soluciones desesperadas. Inicialmente nos sentimos incrédulos ante lo que está ocurriendo, buscamos culpables fuera y muchas veces probamos soluciones alternativas desesperadas.
Lo hemos visto en la actual crisis económica. Al principio el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero pensó que no estaba sucediendo o que el bache sería mínimo y la economía se recuperaría rápidamente. Tras percatarse de que la bajada era real, la negación ya no fue posible, y el siguiente mecanismo de protección fue culpabilizar a otros: el PSOE culpó al PP, el PP al PSOE, los ciudadanos al PP y al PSOE, a los empresarios, a la vivienda, al BCE, a los constructores…
El Gobierno buscó entonces soluciones alternativas: para tratar de impulsar la economía se lanzó a gastar dinero con iniciativas en ocasiones de dudosa eficacia como el Plan E. Hasta que el presidente del Gobierno recibió una carta del BCE y no le quedó más remedio que aceptar la realidad: la crisis era muy profunda. A partir de ese punto empezó a tomar las medidas necesarias para encauzar el problema.
Este esquema también se ha repetido en la crisis del periodismo. O para ser más preciso en la crisis de las empresas periodísticas.
Hace unos años muchos periodistas no quisieron ver que Internet, las redes sociales, las nuevas herramientas digitales y los smartphones estaban empezando a cambiar el mundo del periodismo. Ellos pensaban que eran periodistas, que la información les pertenecía y que sería una moda pasajera. El oficio no podía cambiar.
Muchos periodistas no quisieron ver que Internet, las redes sociales, las nuevas herramientas digitales y los dispositivos móviles estaban empezando a cambiar el periodismo
Tampoco quisieron asumir el cambio las empresas informativas. El producto informativo era suyo, ellas lo empaquetaban, lo distribuían y lo vendían cuándo y dónde querían. Si el público lo había comprado hasta entonces, lo seguiría haciendo. Si hasta entonces no habían tenido en cuenta su opinión, no había razón para tenerla presente ahora.
Pero las nuevas empresas tecnológicas siguieron avanzando e Internet deslumbró a todos. Los periodistas vimos cómo nuestros textos eran compartidos, leídos y distribuidos en las ediciones digitales de los medios. Las audiencias digitales eran muchísimo más grandes que los lectores en papel. El contenido era gratis, pero por qué íbamos a cambiar, los ingresos del periódico pagaban la fiesta.
Sin embargo, las ventas de periódicos caían día a día y la publicidad se despeñaba. Era imposible negar el problema: la gente había dejado de pagar por informarse. Y todos buscamos culpables: la crisis económica, las nuevas tecnologías, Facebook, Google, Twitter, la televisión… Los periodistas echamos la culpa a las empresas informativas y las empresas informativas culparon a los periodistas.
Era imposible negar el problema: la gente había dejado de pagar por informarse. Y todos buscamos culpables
Entonces, del mismo modo que un paciente con cáncer pretende alcanzar la curación visitando un curandero, los empresarios se lanzaron a adelgazar las redacciones, expulsaron a los periodistas más veteranos, redujeron corresponsalías y colaboradores, se pusieron en manos de supuestos gurús. En definitiva, apostaron por maltratar su materia prima, la información.
Por su parte, los periodistas emprendimos una carrera enloquecida por desprestigiar nuestra profesión: nos lanzamos a primar la inmediatez de las redes sociales frente al rigor, a dejar de lado las buenas historias y escribir sobre la última tontería viral de las redes sociales, a lanzar información al peso sin pensar en un mínimo de calidad. En definitiva, devaluamos nuestro producto, lo convertimos en algo sin valor, gratis y por el que no merecía la pena pagar.
Estábamos perdidos y así pensábamos que podíamos encontrarnos con la audiencia. Hasta que nos dimos cuenta que no.
Llegó la depresión y la aceptación definitiva de la nueva era de la información: la sociedad de la información ha cambiado, el periodismo no ha sabido adaptarse a las necesidades de la audiencia, nosotros (periodistas y empresas) hemos sido los culpables y hemos de replantear los modelos de negocios y la relación con los lectores.
Nosotros (periodistas y empresas) hemos sido los culpables y hemos de replantear los modelos de negocios y la relación con los lectores
A pesar del sufrimiento que nos ha producido esta nueva visión, este paso es altamente productivo, ya que podemos analizar y evaluar desde el punto de vista racional lo que ha sucedido, ver las causas y poner los remedios para solucionar el problema.
Y creo sinceramente que estamos en este punto. Periodistas y empresas nos hemos dado cuenta de que el periodismo no está en crisis. Lo que está en crisis es el modelo de negocio tradicional de la prensa escrita. Únicamente.
No es el fin del periodismo. Quizá de los periódicos tradicionales, pero no de la profesión periodística. De hecho el periodismo sigue vivo. Ejemplos no faltan: los periodistas siguen destapando casos de corrupción, cada vez se aprovechan mejor las herramientas audiovisuales para narrar historias, hay espléndidos reportajes interactivos y se escriben maravillosas crónicas de interés humano. Ya sea en papel, Internet, radio o televisión. Da igual. Solo cambia el soporte. La esencia es la misma.
En medio del desconcierto nos hemos dado cuenta de algo básico: hay que seguir a la audiencia
En medio del desconcierto, empresarios y periodistas estamos empezando a entender ahora algo básico: hay que seguir a la audiencia. Lo decía Alan Rusbridger, exdirector de The Guardian: «Nuestra misión es adaptarnos a la audiencia. Lo que tenemos que hacer es ir donde están los ciudadanos y aprender con ellos, ver cómo crean, cómo comparten, distribuyen o incorporan contenidos».
Hemos entrado en una nueva fase. El mundo empresarial del periodismo está empezando a comprender otra vez que no se puede ofrecer información de calidad sin invertir en los periodistas. Ya no se pueden adelgazar más las redacciones. Después de muchos años, el mercado laboral periodístico empieza a moverse. A ello está contribuyendo el lanzamiento de nuevos medios como El Español, CTXT, Sabemos, etc. El kilo de periodista vuelve a tener cotización.
Y los periodistas hemos tomado conciencia de que debemos estar en constante formación, innovar, probar nuevas herramientas y convertirnos en las redes sociales en comerciantes que salen al encuentro de la gente. Escuchar a la audiencia, conocer sus gustos, sus necesidades y entender dónde y cómo podemos generar valor.
Ya estamos en una nueva fase: el kilo de periodista empieza a cotizarse de nuevo
Se trata de ofrecer a la audiencia contenidos de calidad, información e investigaciones con los mismos estándares de calidad, rigor y profesionalidad del pasado, pero en los nuevos formatos. Tenemos que ser útil a la gente.
De forma mayoritaria nos hemos dado cuenta de que junto a una información de calidad debemos aprovechar las ventajas que proporcionan las nuevas tecnologías para sacar el máximo partido comercial a una audiencia que ya no está en los periódicos, pero que sigue consumiendo información de forma diferente en otros soportes.
La mayoría de empresas informativas y periodistas somos conscientes de que estamos entrado en una nueva fase. Nadie sabe cómo serán los medios de comunicación en el futuro. Pero esta mayoría está dispuesta a explorar, probar e innovar.
Aún queda una minoría que se resiste a aprovechar las oportunidades que ofrecen la tecnología, las redes sociales, las herramientas digitales. Les queda poco tiempo ya para cambiar. O espabilan o desaparecerán. El periodismo y los periodistas seguirán siendo lo que eran, pero nunca volverán a ser lo mismo.
Es excelente la información que he obtenido, muy buena la utilizare al máximo
Muy buena opinión. Sabia y acorde a los tiempos.